Este fin de semana pasado fuimos al cine a ver El Laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro.
Las estadísticas no engañan: hubo bastantes personas que decidieron salir del cine en medio de la película, y del grupo de 4 que fuimos, 3 salieron desencantados.
Esa es la palabra:
desencantados. ¿Y por qué? El trailler de la peli prometía
Fantasía:
Sin embargo, sin restar un importante matiz fantástico (debido a la prota, que es una niña), este film pinta duras críticas referentes a los años más crudos de la Dictadura española. En verdad, contiene escenas muy fuertes que ponen a prueba al más hierático, erizando hasta el último de los pelos corporales en momentos escalofriantes y casi gores (no es apta para sensibles visuales).
Eso sí, el comienzo prepara para las crudezas con una fotografía gris sin tonalidades, reflejo en espejo sucio de las penurias, y el tintineo de un piano que toca una nana, sencilla y cruel de triste que va cocinando a fuego lento una atmósfera desalentadora donde la fantasía existe gracias a la actriz protagonista, (que borda el papel, la verdad).
Crítica negativa en lo relativo a la fantasía que promete el Trailer (la peña iba a ver, convencida, un Señor de los
Monstruillos o un Harry
Petas), pues el batacazo de la dura realidad histórica es plomizo.
Mi mejor crítica, olvidando el choque psicológico, para toda la película, con una inmejorable fotografía y animaciones de increibles mundos y personajes
(donde surgen los dosificados matices de colores).
Para mí que el director buscaba un choque bestial entre las escasos sueños de una niña, y esa situación temporal de unos años crueles repletitos de injusticia, paletismo y enfrentamientos sin cultura política. No olvidemos que es nuestra historia reciente, desconocida para las nuevas generaciones nacidas en el supuesto Bienestar, olvidados los años en que se enfrentaban hermanos y vecinos sinrazonados, machacados por el poder mandatario. Por tí, abuelo, entiendo mejor que somos afortunados.